Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 60: 1-6
Salmo Responsorial, del salmo 71
Segunda Lectura: de la carta del apóstol
Pablo a los efesios 3: 2-3, 5-6
Evangelio: Mateo 2: 1-12.
“¡Miren, ya viene el Señor de los ejércitos! En su mano
están el Reino, la Potestad y el Imperio.”
Al mirar constantemente, descubrimos los
signos, encontramos lo que consolida la fe. Iluminados por esa fe, no
perderemos el camino para llegar a contemplar, “cara a cara”, la hermosura de su Gloria.
Este pasaje de San Mateo es ¿una historia
real o es un cuento de niños? Es un
cuento, lleno de cariño del Niño Dios para los niños del Reino.
Mateo
narra al modo oriental enseñando que ese Niño ante el que se postran
hombres venidos de lejanas tierras es el mismo del que habla Isaías. Y al mismo
tiempo nos enseña lo mismo que Juan va a decir en el prólogo de su evangelio: “Que vino a los suyos (los judíos) y no le
recibieron”. Ninguna autoridad religiosa o civil se postra ante el Niño
Dios, solo aquellos Magos venidos del Oriente.
Mateo hace Teología, y la Teología es necesariamente “ciencia de los
niños”, de esas gentes sencillas y humildes, de esos pequeños, a los que el
Padre les revela los infinitos misterios guardados por siglos eternos en su
corazón de Dios: “Te doy gracias, Padre,
porque has revelado estas cosas a los sencillos y humildes”
Para entender y entrar en el Reino de los
cielos tenemos que hacernos como niños, allá no puede entrar nadie que no nazca
de nuevo comenzando por ser niño otra vez. La Teología no cabe en programas de
computadoras. Se estudia de rodillas, como los Magos se pusieron ante el Niño.
Hoy es el día de las estrellas, día de la
ilusión del que cree en lo maravilloso, del que entiende el asombro que hay en
aquel dicho japonés: “Cuando una flor nace, el universo entero se hace
primavera”. Día del que sabe apreciar la grandeza de lo pequeño. Del que no
desprecia la luz vacilante de la estrella de la Fe, y sabe aceptar en un Niño a
Dios, y con alegría se pone a sus pies y le entrega todo lo que tiene, como los
Magos.
Cuántos hombres han querido ver a Dios a la
luz del sol de mediodía y no han conseguido más que quemarse la retina, sin
caer en la cuenta que Dios es demasiada luz para que quepa en nuestro
entendimiento y que necesitamos de la mediación de la estrella de la Fe para
llegar a Él sin abrasarnos. A veces decimos que nos falta Fe, lo que nos falta
es sencillez de niño para aceptar la estrella que lleva a Dios y aceptar a Dios
bajo la forma de Niño.
San Ignacio nos invita a entrar en casa de
José y María, junto con los Magos y que hablemos con el Niño Dios. Y le
digamos: “Señor, también yo vengo caminando por el desierto de la vida,
tratando de seguir la estrella de la Fe, que se me oculta con frecuencia; sin
embargo aquí me tienes creyendo en Ti como en mi Dios, no me da vergüenza admitirlo, aunque muchos
te nieguen.
Yo no tengo nada que ofrecerte como estos
Reyes. Sólo te entrego en propia mano mi carta a los Reyes. Como eres pequeño y
no sabes leer te digo lo que te pongo en ella: Te pido que me hagas niño, niño
que se confíe totalmente a su Padre Dios, niño que crea y espere en Ti sin
límites, niño que pase por el mundo dando cariño y sonrisas, confiando en que
hay todavía bondad en los hombres de buena voluntad.
Agranda la puerta, Padre, porque
no puedo pasar, la hiciste para los niños, yo he crecido a mi pesar, si no me
agrandas la puerta, achícame
por piedad, vuélveme
a la edad bendita en
que vivir es soñar.