martes, 1 de julio de 2014

14° Ordinario. 6 Julio 2014.

Primera Lectura: del libro del profeta  Zacarías  9: 9-10
Salmo Responsorial, del salmo 144: Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 8: 9, 11-13

Dios se entrega no a los autosuficientes sino a los humildes, ya que abren su corazón al mismo Dios. Cristo los librará de cargas pesadas inventadas por los hombres y les enseñará a llevar la carga ligera del servicio amoroso
Evangelio: Mateo  11: 25-30.

Recordar lo agradable, anima, fortalece, entusiasma; ¿con qué frecuencia recordamos “los dones del amor del Señor”? No es necesario hacerlo en medio de su templo, es posible siempre, en el templo de nuestra interioridad: “Ustedes son templos de Dios”, y más consolador lo que el mismo Jesús asegura: “El que me ama, guardará mis mandamientos, vendremos a él y haremos en él nuestra morada”. Recordar los dones, es recordar, tener presente, al dador de los dones y al hacerlo, conocemos y reconocemos su bondad, su compasión, su misericordia, su amor y brotará, espontánea, la alabanza; bendeciremos al Señor, “diremos bien” de Él, como él lo hace de nosotros.

Al domingo antepasado lo llamamos: ¡liturgia de la Confianza!, hoy es de la alegría y el reposo. ¿Qué mayor alegría que sabernos libres de la esclavitud del pecado?  Ya anuncia esa alegría Zacarías: “Mira tu Rey viene a ti, justo y victorioso, humilde y montado en un burrito”, arco que se abre aquí y se cerrará en el Domingo de Ramos en el que vemos a Jesús, no con esplendor ni montando un caballo, sino en un burrito,  descalificando los poderes terrenales, los carros y los arcos, para trocar el poder que subyuga por el que lleva a la paz y ofrece un reposo que no termina, en la felicidad eterna.

No aceptar a Cristo, vivir al margen de su mensaje, (¡cuántos lo hacemos “de manera callada”!), es sencillamente no tener el Espíritu de Cristo, y “continuar sujetos al desorden egoísta que hace del desorden regla de conducta”. Con tristeza nos vemos envueltos en ese desorden; con tristeza y angustia constatamos que la humanidad, nuestra sociedad, y nosotros con ellas, nos movemos en ese “desorden egoísta”, que nubla la visión, cierra el horizonte y priva de la paz, la felicidad y el reposo. ¡Qué luz nos ofrece, el cambio!, “si el Espíritu del Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en nosotros”, ese mismo Espíritu “dará vida a nuestros cuerpos mortales”, inicio, sin fin, de esa alegría y reposo, tan anhelados.
Mateo nos permite contemplar a Jesús que da libre curso a lo que llena su corazón: ora lo que vive y vive lo que ora; dejémonos impresionar por su actitud, sus palabras, su ejemplo, su invitación.

¿Consideramos la oración como dimensión importante en nuestro diario caminar? Jesús la hace en medio de la actividad; oración filial, intensa, cimentada en la unidad del Padre con el Hijo; brota de la riqueza de su vida interior en constante relación con el Padre. “¡Da gracias!”,  reconoce y alaba. ¡Cuánto por aprender! Son los” sencillos” quienes comprenderán “estas cosas”: la unidad del Padre y el Hijo, la divinidad de Jesús, la realidad de que sólo Él es Camino para ir al Padre. Esto es incomprensible para “los sabios y entendidos”, para quienes buscan un Dios a la medida de su razón y piden pruebas “lógicas”. Una vez más, ¿confiamos en la acción del Espíritu de Dios en nosotros?


“Aprendan de Mí que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán reposo, porque mi yugo es suave y mi carga es ligera”. Jesús no oculta que el camino es arduo, pero posible. Él va delante y nos promete, Palabra de Dios, que “dará alivio a los fatigados y agobiados”, hagámosle caso, todavía más cuando la fatiga y el agobio nos acosen. Pidamos ser sinceros con Él y con nosotros mismos.