Primera Lectura: del libro de Job 18: 1, 8-11
Salmo Responsorial, del salmo 106: Demos gracias al Señor por sus
bondades.
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol
Pablo a los corintios 5: 14-17
Aclamación: Un gran profeta ha surgido entre
nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.
Evangelio: Marcos 4: 35-41.
¡Con qué urgencia necesitamos vivir la
experiencia de que “el Señor es defensa y salvación para sus fieles”!
Vivimos, y sin duda me proyecto, en una atmósfera de temor, de inseguridad, de
lancha a la deriva, de horizonte sombrío, de incertidumbre del futuro, que, o
nos hace volvernos hacia Dios, hacia a Aquel “que nos ha arraigado en su amistad”, o perderemos toda esperanza
de llegar a puerto.
Podríamos poner como subtítulo a la liturgia
de hoy: el domingo del análisis de la fe, de la purificación de la oración, de
la autenticidad de la confianza.
Tormentas, dificultades, incomprensiones,
malos entendidos, miedos, obstáculos, soledad…, y podría seguir enumerando
situaciones difíciles en las que palpamos, saboreamos lo amargo de la
impotencia, lo espeso de la negrura, el grito que se ahoga en la garganta..,
¿en esos momentos, hacia dónde volvemos la mirada?, ¿hacia el desaliento, a una
ruta de escape, a la encerrona lastimera y dolorida? ¿Culpamos a la naturaleza,
a los que nos rodean?..., si eso hiciéramos, estaríamos culpando, veladamente,
a Dios Creador del universo y del hombre, al Señor liberador de toda atadura, a
Aquel a quien confiadamente podemos llamar ¡Padre! Vemos, con toda honestidad,
que esa reacción sería opuesta a “aquellos
que Él ha arraigado en su amistad, que conduce en su Amor y en un temor filial
de ofenderlo”.
Job aprendió, desde el sufrimiento, a
escuchar esa Voz, poderosa y amable, la misma que sustenta y sostiene a cada
hombre, que vela por sus hijos, aunque no la veamos, la que reprende al viento
y dice al mar: “Aquí se romperá la
arrogancia de tus olas”. ¿Ya encontramos hacia dónde dirigir la mirada?, Si
está puesta en la fe y en la confianza, el canto que elevamos en el salmo se
hace oración concreta: “Demos gracias al
Señor por sus bondades”. Reconocer los hechos y subir más allá: Al Señor de
los hechos.
Nos enseña San Pablo ese nuevo criterio para
enjuiciar al mundo y a los hombres, para tomar nuestro ser entre las manos y
aceptar el reto de querer confrontarnos: “El
amor de Cristo nos apremia…, vivir según Cristo es ser creatura nueva, lo viejo
ya ha pasado”. ¡Señor, cuánto de lo pasado está aún vivo en mi presente, no
he querido, por miedo al compromiso, vestir el traje nuevo y “dejar de vivir para mí mismo”!
Esperar los milagros, sería infantil,
grosero, superficial e inútil, más fruto del temor, que del amor sincero, la
confianza y la fe. No es que dejes de escuchar la voz de nuestra angustia: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?”,
más bien quieres que demos otro paso, no querer a Dios a nuestro servicio, sino
el que nos aleje de lo fácil, el que encuentre en el milagro de tu entrega, la
revelación del amor que Dios nos tiene.
Tu reproche, purifica: “¿Por qué tienen tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?” Si Tú estás en mi barca, aunque parezcas
dormido, con saber que ahí estás, debe bastarme: “Con el Señor a mi lado jamás temerá mi corazón.” Que seamos audaces y valientes, totalmente
confiados como Santa Teresa: “Nada te turbe, nada te espante. Quien a Dios
tiene, nada le falta. Sólo Dios basta.”