Primera Lectura: del libro del Génesis 3: 9-15
Salmo Responsorial, del salmo 129
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a los corintios 4: 13-5: 1
Evangelio: Marcos Mc. 3: 20-35.
Salmo Responsorial, del salmo 129
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a los corintios 4: 13-5: 1
Evangelio: Marcos Mc. 3: 20-35.
Imploramos al Señor que nos inspire deseos de
justicia y de santidad, sin duda nos escucha, con todo, debemos insistir para
que nos ayude a cumplir lo anhelado. Todavía cabría preguntarnos si de verdad surgen
de nuestros corazones esos deseos, si aceptamos todas las consecuencias que
conlleva la búsqueda de la justicia, la divina, una justicia que busca con
ahínco ayudar al necesitado, dar mucho más de lo que se pide, ir más allá de lo
que juzgamos posible, darnos a los demás, y sin trabas, al Señor.
La lectura de Génesis nos pone en contacto con
el nacimiento del pecado, del mal, de la elección tergiversada que ha hecho y
sigue haciendo la humanidad, que hemos hecho y seguimos haciendo nosotros;
igual que a Adán, nos pregunta “¿Dónde
estás?”, no físicamente sino interiormente, ¿cómo está tu relación conmigo,
contigo, con los demás? Pensamos que podemos escondernos de Dios, que podemos
acallar la claridad de conciencia con que Él nos ha creado y encontrar
pretextos que orienten la culpabilidad hacia los otros, y, tristemente, a los
más cercanos, y que rompen las relaciones de fraternidad; más aún, intentamos culpabilizar al mismo
Señor: “La mujer que me diste me ofreció
y comí…”, que en el fondo es un
reproche: si no me la hubieras dado, no hubiera pecado.
La sentencia a la serpiente, “personificación
del mal”, pone de manifiesto el futuro cauce de nuestras relaciones: “te arrastrarás, comerás polvo, acecharás el
talón”: tiene que ver con nosotros, con la humanidad entera: el pasto más
pequeño te ocultará el horizonte de trascendencia, te apegarás a los bienes
perecederos, combatirás contra tu hermano…, se ha roto el plan amoroso de
Dios?, ¿fue un equívoco dotarnos de libertad?, ¿ha perdido fuerza el amor que
Él depositó en nosotros? La respuesta la tenemos experiencialmente a la vista,
la hermandad se ha ausentado, lo inmediato nos asedia y nos vence, parece que
el mal triunfa en todas partes; pero Dios no se desanima, su Amor sigue en
presente y la promesa de restauración brilla, Dice a la serpiente: “Pondré enemistad entre ti y la mujer y un
descendiente te pisará la cabeza, acabará con el mal”. ¡Ya está delineada
la misión de Cristo, su triunfo total: “Confíen,
Yo he vencido al mundo”!
La Fe mira hacia el futuro, primero a la
plenitud de los tiempos, con la Encarnación, con la actuación, siempre acorde a
la voluntad del Padre, Heraldo de la Buena Nueva, Fundador de la nueva
humanidad con su vida, con su muerte, con su resurrección, con la maravilla de
poder llamar a Dios “Abbá”, Padre. Y
más lejos, como nos dice San Pablo en la segunda lectura, nos dará un cuerpo
nuevo, libre del pecado y de la muerte: “Sabemos
que Aquel que resucitó a Jesús nos resucitará también a nosotros con Jesús y
nos colocará a su lado”, por eso no nos acobardamos, la restauración de
nuestro ser se realiza cada día y con ello la gloria de Dios se extiende más y
más. Ciertamente sabemos que nuestra morada terrenal se desmorona, pero “Dios nos tiene preparada en el cielo una
morada eterna”.
Quizá siga asaltándonos el desánimo, pero
nuestra confianza en el poder del Espíritu superará cualquier obstáculo, aun el
más peligroso que somos nosotros mismos; sintámonos miembros de esta nueva
familia, porque de verdad “Tratamos de
cumplir la voluntad de Dios”. ¡Dejémonos contagiar con la locura de
eternidad!