sábado, 9 de enero de 2016

Bautismo del Señor, 10 enero 2016



Primera Lectura: del libro del profeta Isaías 40: 1-5, 9-11;
Salmo Responsorial, del salmo 103
Segunda Lectura: de la segunda carta del apóstol Pablo a Tito, 2: 11-14; 3: 4-7
Evangelio: Lucas 3: 15-16, 21-23.

Celebrábamos, el domingo pasado la Epifanía, la manifestación de Dios; esta manifestación es y ha sido siempre, desde la creación, “Tú que llamas a los seres del no ser para que sean”, cada creatura es presencia del Creador y desde cada una de ellas podemos aprender a llegar hasta el Señor; pero nuestra miopía, nuestra falta de relación, de comprensión, lo han impedido: “Desde que el mundo es mundo, lo invisible de Dios, es decir, su eterno poder y su divinidad, resulta visible pare el que reflexiona sobre sus obras…” (Rom. 1: 20) Como sabio conocedor de nuestra flaqueza, le habla a Noé, a Abrahám, a Moisés, comunica su palabra por boca de los profetas, por los signos de liberación, en ocasiones difíciles de comprender en “nuestro ahora”: “Todo el pueblo percibía los truenos y relámpagos, el sonar de las trompetas y la montaña humeante. Y el pueblo estaba aterrorizado, y se mantenía a distancia. Dijeron a Moisés: háblanos tú y te escucharemos, que no nos hable Dios, que moriremos”. (Éx. 20: 18-19), nos parece un Dios temible e inalcanzable. La historia es de rechazo, de alejamiento, de olvido, ¡tan parecida a la nuestra! “No hicieron caso, me dieron la espalda, rebelándose, se taparon los oídos para no oír”. (Zac. 7: 11) 

El Señor nos quiere, es persistente, continúa ofreciendo su amor y su amistad a su pueblo, y en él a todos los hombres, porque en el proceso de salvación todos estamos involucrados; las palabras que escuchamos de Isaías nos llenan de esperanza: “Consuelen, consuelen a mi pueblo, hablen al corazón de Jerusalén, -al corazón de todos los hombres-, ha terminado el tiempo de su servidumbre, preparen el camino del Señor…” Y la Epifanía acompaña el correr de la historia, Dios, como “el lebrel del cielo”, sigue nuestras huellas; pero…, no nos dejamos alcanzar, queremos ignorar que nos quiere “presa” de su amor y salvación. Y llega al colmo: “Llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley para liberar a los que estábamos bajo la ley, para que recibiéramos la condición de hijos”. (Gál. 4: 4) Con la Anunciación, Encarnación y Nacimiento de Jesús, nueva Epifanía, intenta ofrecernos Dios, señales más claras del interés que tiene por nosotros: “Tanto amó Dios al mundo, que le envió a su Hijo único para que tenga vida eterna y no perezca ninguno de los que creen en Él”. (Jn. 3: 16) Los ángeles fueron heraldos, los pastores y “los magos”, testigos; Herodes, a pesar suyo, también es testigo del Nacimiento de Alguien diferente: ¡Ha llegado el Mesías!

Hoy una triple conjunción nos conmueve y confirma, ya no son los ángeles que cantan, ya no es la estrella, son los cielos mismos que se abren, la paloma que desciende, la voz del Padre que escucha la “oración de Jesús” que nos trae el Espíritu y el fuego y nos sella como pertenencia de Dios. El Bautismo de Juan sólo conseguía una preparación interior, el instaurado por Cristo nos abre el camino hasta el Padre, pues a cada uno de nosotros se aplica, como Cuerpo de Cristo, la bendición que desciende sobre Él como nuestra Cabeza: “Tú eres mi Hijo, el predilecto; en ti me complazco”.

Que nuestra vida, como bautizados, sea una vida en la que Dios se complazca, así seremos manifestación de Dios como verdaderos hijos suyos. Que el Señor Jesús, hecho Pan y Vino en la mesa eucarística, continúe alimentándonos e instruyéndonos para que vivamos, como Él, ¡a gusto del Padre!