jueves, 12 de mayo de 2016

Pentecostés, 15 de mayo 2016.



Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 2: 1-11
Salmo Responsorial, del salmo 103: Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra. Aleluya.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los romanos 8: 8-17
Aclamación: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu Amor.
Evangelio: Juan 14: 15-16, 23-26.

“El amor de Dios ha sido infundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado”.  ¡Está hecho, el Espíritu colma la tierra y le da unidad!; pidamos percibirlo, aceptarlo, seguir el flujo de aquel soplo que consolidó a la Iglesia, que guió a la Primitiva Comunidad y quiere continuar su acción en el vivir de cada día.

En la lectura de Hechos, San Lucas nos sitúa en Jerusalén, precisamente en la fiesta judía de Pentecostés, 50 días después de la Pascua cuando multitud de israelitas y extranjeros “venidos de todas partes del mundo”, acudía al Templo. El relato, fuertemente simbólico, realza el Don del Espíritu Santo: evoca el “Viento de la creación” y el “Hálito” que insufló Dios a los primeros hombres, Vida divina. El fuego, como presencia de Dios a través de la historia de Israel, y que ahora realza el deseo de Cristo: “Fuego he venido a traer a la tierra y qué quiero sino que arda”. La maravilla de la comprensión entre los hombres: diferentes sonidos, pero una misma intelección “de las maravillas de Dios”.

¡Qué lejos estamos de esa unidad!, pidamos con el mayor ardor, con fe viva, con esperanza cierta, lo que Jesús prometió y cumplió y necesitamos que realice de nuevo desde y con el Padre: “Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra”. En el mismo salmo sentimos la presencia de Dios en sus creaturas, en cada uno de nosotros; creados para ser “gozo de Dios”.

Si el Espíritu encuentra sitio en nuestro interior, ya estará sembrada la semilla de resurrección a la Vida Nueva de la que participaremos tal como somos: alma y cuerpo, libres ya de la esclavitud, transformados por la luz para ser verdaderos hijos de Dios, coherederos con Cristo.

Nos sabemos, a ratos, más obscuridad que luz, pero la promesa de Cristo, de alguna manera condicionada a nuestra respuesta activa, “obras son amores que no buenas razones”, se hará presente: Él en comunión con el Padre nos enviará al Espíritu de verdad. Ya lo recibimos, gratuitamente en el Bautismo y en la Confirmación, preguntémonos qué tanto escuchamos sus enseñanzas y fijamos en la mente y en el corazón todo lo que nos recuerda.