viernes, 6 de mayo de 2016

La Ascensión del Señor. 8 Mayo 2016.-



Primera Lectura: del libro de los Hechos de los Apóstoles 1: 1-11
Salmo Responsorial, del salmo 46: Entre voces de júbilo, Dios asciende a su trono. Aleluya.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 9:24-28, 10: 19-23
Aclamación: Vayan y enseñen a todas las naciones, dice el Señor y sepan que Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo.
Evangelio: Lucas 24: 46-53.

“Salió como un héroe, contento a recorrer su camino”; hoy lo vemos culminarlo para entrar en la Gloria.  Un día volverá a cumplir lo que nos ha prometido: “Padre, quiero que donde Yo esté, estén también los que me has confiado”.  En incontables ocasiones hemos reflexionado que es imprescindible que donde esté la Cabeza, ahí deberán estar los miembros y comprendemos la ilación lógica: permanecer unidos e ir alimentando la esperanza cierta, desde la experiencia vivida de seguir a Cristo aquí en la tierra para llegar, como Él a la Gloria del Padre.

San Lucas, en el inicio del libro de los Hechos de los apóstoles, narra someramente, el último adiós de Jesús. En un resumen magnífico, le recuerda a Teófilo y en él a nosotros “todo lo que Jesús hizo y enseñó hasta el día en que ascendió al cielo”; quizá no en ese momento, pero sí después habrán los discípulos recordado sus palabras: “Salí del Padre y vuelvo al Padre”. Este recordar será obra del Espíritu Santo, porque aun en esos postreros instantes, todavía no se les había abierto la mente y preguntaban ansiosos, ajenos a la magnitud del misterio y con el anhelo, no tan oculto, de gozar de un triunfo tangible, terreno: “Señor, ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?” Jesús los conoce y nos conoce: necesitamos mirar a través del velo de la fe; Jesús no se desespera; su respuesta los deja en la misma situación: “A ustedes no les toca conocer el tiempo y hora que el Padre ha determinado con su autoridad; pero el Espíritu Santo cuando descienda sobre ustedes, los llenará de fortaleza y serán mis testigos hasta los últimos rincones de la tierra.”  ¡Cuánto por corregir en la visión y en la misión! Para aprender a dar pasos firmes en el suelo, tener los ojos  fijos en el cielo. Solamente así entonaremos, conscientes, el canto de júbilo: “Dios asciende a su trono. Aleluya”.

Antes de partir, Jesús les recuerda lo que ha sido su vida, su misión, lo que lo ha hecho, en toda la plenitud de la palabra: “El Hijo amado del Padre”: la entrega total por los que ama: su pasión, su muerte, su resurrección, en Él se realiza la plenitud de la Revelación; de Predicador se convierte en Predicado. No es una doctrina abstracta la que hemos de dar a conocer sus discípulos, es su Persona viva, la que ha de llenar los corazones de fe y de esperanza.

Únicamente Él puede decir con toda verdad: “me voy pero me quedo”; estoy junto al Padre pero también junto a cada uno de ustedes, mediante la Fuerza que ya han recibido desde lo alto: El Espíritu que vivifica.

Junto con los Apóstoles, recibamos la bendición de Jesús e imitemos su modo de permanecer unidos, en oración alabando a Dios. ¡Ahí está la luz que ilumina y fortalece!