viernes, 27 de mayo de 2016

9º. Ordinario, 29 mayo 2016.-

Primera Lectura: del primer libro de los Reyes: 8: 41-43
Salmo Responsorial, del salmo 116         
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los gálatas 1: 1-2, 6-10
Evangelio: Lucas 7: 1-10.

Pedimos al Señor que nos mire, que tenga piedad y perdone nuestros pecados; ¿podría mirarnos de otra manera nuestro Dios y Padre?; “de que somos de barro no se olvida” y por eso nuestra súplica: “aparta de nosotros lo que pueda causarnos algún daño y concédenos lo que sirva de provecho”.

Hay una estrecha relación entre la oración de Salomón y la admiración de Jesús en el Evangelio; habremos advertido la Inspiración del Espíritu Santo en la Escritura; Salomón implora: “cuando un extranjero, atraído por la fama de tu nombre, venga a orar, escúchalo desde el cielo y concédele lo que te pida”. ¿Habrá el centurión romano escuchado este pasaje del Libro de los Reyes?, lo ignoramos, más su forma de proceder nos descubre un corazón sincero, un espíritu humilde y creyente que descubre lo que está mucho más allá de la sensibilidad; ha dejado manifiesta la fuerza de la fe en la palabra; su experiencia lo avala: “yo digo, y obedece el soldado; yo mando y mi criado lo hace”, y yo soy subalterno, ¿qué no hará tu Palabra?, basta con que la digas y mi criado quedará sano.  

La aflicción, la angustia el miedo, cuanto nos perturba, si dedicamos un rato a analizarlo, a profundizar en su realidad, constataremos que la causa es haber vuelto los ojos hacia otro horizonte y olvidado que es Él quien nos libra de todo peligro; tan sencillo es recobrar la calma aun en medio de violentas tempestades interiores o exteriores, como volver la mirada, de nuevo hacia el Señor, sin aguardar milagros que nos eviten la lucha, pero sí, aunque no lo consideremos milagro, nos reconforte en el espíritu, en la convicción, en la fe, al recordar la experiencia que comunica San Pablo en Hechos de los Apóstoles: “En Él vivimos, nos movemos y existimos”. (17: 28)

Preguntémonos con Pablo:  ¿qué clase de puente somos  para con los que nos rodean, con quienes tenemos trato cotidiano, con los que encontramos en el camino de la vida?, descubren en nosotros ejemplo, invitación, ímpetu para desear conocer, dirigirse y confiar en Dios? No nos respondamos de inmediato, permitamos que la inquietud, si es que brotó, llegue a nuestro fondo y haga surgir una respuesta sincera y comprometida. ¿Cuántas veces hemos recordado la fe del centurión: “Señor no soy digno de que entres en mi casa…, basta con que digas una sola palabra”. ¡Ya la has dicho y repetido, la he escuchado, ayúdame a sentir que la salud total me envuelve y me reanima!, no soy digno, pero sí necesitado.