Primera Lectura: del libro de la Sabiduría 6:12-16
Salmo Responsorial, del salmo 62: Señor, mi
alma tiene sed de ti.
Segunda Lectura:
de la primera carta del apóstol Pablo a los tesalonicenses 4: 13-18
Aclamación: Estén
preparados, porque no saben a qué hora va a venir el Hijo del hombre.
Evangelio: Mateo 25: 1-13
¿Cuándo no han llegado hasta el Señor nuestras plegarias? Simplemente cuando no las hemos hecho. Nos acordamos de
Dios cuando la necesidad nos apremia, cuando la tentación ronda incansable,
cuando el dolor nos muerde…, está bien, eso demuestra que hay fe en nuestro
corazón, que sabemos a quién acudir en el momento del apremio cuando el camino
se angosta y no encontramos respuesta en ninguna creatura y menos aún en
nosotros mismos; sin embargo eso parecería más bien una transacción comercial
que una relación amorosa que dejara “en
sus manos paternales todas las preocupaciones”.
La oración es plática confiada con el Amigo, con quien conoce nuestras
necesidades y aguarda, deseoso, que las expongamos. No es un monólogo inútil;
es la aplicación de la verdadera Sabiduría: el saborear el amor de Dios, el
buscarlo con todas nuestras fuerzas, salir a su encuentro y hallarlo siempre a
la puerta. Esa Sabiduría Encarnada no sólo nos espera ya vino a encontrarnos:
el fruto de ese encuentro conjunta nuestra voluntad con la suya y el resultado
es lanzarnos a la trascendencia, a la plenitud y a la paz, en la total posesión
de nuestro ser en el suyo. Esto es captar la “benevolencia del Señor”, Él quiere todo el bien para nosotros;
todavía más, coopera, ilumina y guía nuestras decisiones para lograr y realizar
el Proyecto de nuestros proyectos: ¡Llegar a Él! “La sed será saciada”, “la añoranza será realidad”, “la bendición
colmada no terminará”, “el júbilo será nuestra túnica, nos cubrirá por
completo”.
No ignoramos “la suerte de los que se
duermen en el Señor”. “Jesús, primicia
de los resucitados, nos arrebatará con El para estar siempre a su lado.”
¿Necesitamos alguna consolación mayor? Las palabras están confirmadas por la
vida de Aquel que vino para que tuviéramos Vida.
En el Evangelio Jesús nos previene, no amenaza, nos hace pisar, con
firmeza, nuestra realidad de creaturas: “Estén
preparados porque no saben ni el día ni la hora” cuando llegue la certeza más cierta y más incierta: la muerte.
Realidad que nos conmueve, que vemos con recelo, que quisiéramos borrar del
futuro y que, a pesar de todos los esfuerzos, sabemos que está en camino, que
nos cruzaremos con ella, que nos vencerá…, pero no definitivamente pues
confiamos en tener “aceite para la
lámpara” y ésta se encontrará
encendida cuando llegue el Esposo y “entraremos
al banquete de bodas”; la seguridad nace de nuestra adhesión a Cristo,
quien, “ya aniquiló a la muerte.” (1ª Cor. 15: 26).
La oración, la fidelidad, la cercanía, son la previsión para mantenernos
encendidos: “Lámpara es tu palabra para
mis pasos, luz en mi sendero.” (Salmo 119 (118)): 105).
“El que consulta a Dios,
recibirá su enseñanza; el que madruga por él, obtendrá respuesta.” (Eclesiástico 32: 14) San Pedro, con la experiencia viva, nos
afianza: “Esta voz, llegada del cielo…,
hacen bien en prestarle atención como a lámpara que brilla en la obscuridad,
hasta que despunte el día y el lucero nazca en sus corazones”. (2ª Pedro 1:
19). “Quiero estar consciente al preinstante de verte para poner en Ti el
consentimiento y repetirte el ¡sí! definitivo”.