Primera
Lectura: del libro del profeta Ezequiel 34: 11-12, 15-17
Salmo
Responsorial, del salmo 22: El Señor es mi pastor, nada me falta.
Segunda
Lectura: de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios 15: 20-26, 28
Aclamación: ¡Bendito el que viene en el nombre del
Señor! ¡Bendito el reino que llega, el reino de nuestro padre David!
Evangelio: Mateo 25:
31-46.
La coronación del Año litúrgico del Ciclo A, con la
festividad de Cristo Rey. El próximo domingo inicia el Adviento, continuará la
invitación para acompañar a Jesús en su “acampar
entre nosotros”, a permanecer atentos a la escucha de su voz que nos guía
como Pastor, Rey y Soberano; imágenes que utiliza el Profeta para que percibamos
la cercanía de Dios, quien, lo sabemos, “aun antes de saber que lo sabíamos”, siempre
toma la iniciativa en la búsqueda y el encuentro, cuidado y robustecimiento, de
la participación de su vida; se pone a
nuestro alcance; ofrece la paz, el bienestar, la felicidad, la seguridad, la
novedad siempre nueva, el camino hacia verdes praderas y las fuentes tranquilas.
No podemos ignorar ni dejar de prever el momento final del rendir cuentas, el
juicio.
Los antiguos consideraban a los soberanos “pastores de los pueblos”, cuánto más es
aplicable el título a Jesucristo, “el
Cordero inmolado, digno de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la
fuerza y el honor., a Él la gloria y el imperio por los siglos de los siglos”.
Es la realización perfecta del Pastor, jamás buscó su propio bien, nunca obró
por egoísmo, se enfrentó a todos los poderes buscando siempre el bien de los
hombres y mujeres marginados, pobres, inútiles y despreciados, “nos rescató, no a precio de oro ni plata,
sino por su sangre derramada” (1ª.Pedro. 1: 18-19); “dichosos los que han lavado sus vestiduras con la sangre del Cordero,
estarán ante el trono de Dios, sirviéndole día y noche”. (Apoc. 7: 14).
Es Jesús, la Piedra sobre la que todo está fundado, el
que libera de toda esclavitud, “primicia
de los resucitados”, único Puente para volver a la vida, Mediador entre el
Padre y la humanidad, ejemplar del hombre nuevo, vencedor del mal y de la
muerte, consumador de toda perfección para que “Dios sea todo en todas las cosas”.
Preguntémonos si es Cristo, quien reina en nuestro
corazón, si de verdad sentimos en el interior la inhabitarían del Espíritu
Santo, si en nuestro caminar tenemos a Dios y a Cristo como un mero factor significativo
que aparece en algunos momentos de la vida: bautizos, primeras comuniones,
bodas, sepelios, un rato en la alegría o la tristeza, en la angustia y la
impotencia; lo traemos brevemente a la memoria, nos conmovemos y después
olvidamos. O bien es un factor determinante que orienta nuestras decisiones
para buscar, encontrar y vivir según su voluntad, el que mantiene nuestra
mirada hacia el Reino; o todavía mejor aún si ya ha llegado a ser en nosotros
factor único, de modo que no elijamos sino lo que sea para su Mayor Gloria,
entonces sí que habremos escuchado y seguido la Voz del Pastor, Rey y Guía.
El Evangelio de hoy lo leímos el día de la conmemoración
de los fieles difuntos. Ellos ya fueron examinados, confiamos en la
misericordia de Dios que hayan sido aprobados, pues supieron, de antemano, como
ahora nosotros, las preguntas de la evaluación final: ¿Amaste a cuantos
encontraste en tu vida?, ¿serviste de enlace entre ellos y Yo?, ¿aceptaste a
todos sin distinción y especialmente a los más necesitados?, entonces: “Ven bendito de mi Padre, toma posesión del
Reino preparado para ti desde la creación del mundo”. “Entonces irán los justos a la vida eterna”. ¡Señor contamos con tu
gracia para que nuestras respuestas ya sean correctas desde ahora!