Primera
Lectura:
del libro de la Sabiduría 9:13-19
Salmo
Responsorial,
del salmo 89: Tú eres, Señor, nuestro refugio
Segunda
Lectura:
de la carta del apóstol Pablo a Filemón 9-10, 12-17
Aclamación: Señor, mira benignamente a tus siervos
y enséñanos a cumplir tus mandamientos.
Evangelio: Lucas 14:25-33
Bondad
que ilumina, impulsa, ayuda a encontrar y a seguir el camino que conduce a la
verdadera libertad, la que sabe elegir mirando el horizonte y no se deja
deslumbrar por el brillo de lo inmediato, la que prefiere lo que perdura, la
que saborea, desde ya, la herencia eterna; ¿cuál es esa fuente y dónde se
encuentra, sino en el Señor? Esto y más encierra lo que juntos oramos en la
antífona de entrada y pedimos en la oración colecta. Podemos añadir: ¡Señor que
continuemos experimentando la acción de tu presencia en nuestras vidas!
El
libro de la Sabiduría, no puede hablarnos sino de Sabiduría, del saborear
aquello que purifica y endereza, de lo que invita a que, lo que desde nuestra
experiencia conocemos, cuando no nos hemos acogido al soplo del Espíritu;
entonces hemos constatado que nuestros pensamientos son insubstanciales,
inseguros, equivocados, porque la brújula de nuestro ser, dejada a sí misma,
con enorme facilidad desbarra. Reflexión que se convierte en súplica que
corrija, guíe y asegure. Es el camino
que rotura y recorre el salmo, y nosotros con él: la vida es brevedad del
sueño, es florecer caduco, es tiempo que se esfuma, pero no caerá en el vacío
si tu amor, cada mañana nos llena y si tu júbilo, Señor, resuena en lo más
hondo para ser sinfonía de amor con la creación entera.
En la
breve carta de San Pablo a Filemón, al considerar la molestia de éste por la
pérdida del “esclavo”, le hace ver que el mismo apóstol lo ha engendrado para
Cristo, precisamente en la cárcel. El reenvío va acompañado con un título
netamente cristiano: “recíbelo como
hermano…, recíbelo como a mí mismo”. La apertura a todos, aun a aquellos
que pudieran habernos causado algún mal. ¡Cómo resuena el mandato de Cristo: “ámense como yo los he amado”!
En el
evangelio, San Lucas continúa presentándonos “la subida de Jesús a Jerusalén”,
se encamina a completar su misión por la Pasión, la Cruz y la Resurrección. Le
acompaña una gran multitud, Él aprovecha para recordar las condiciones para
seguirlo de verdad: el desprendimiento de todo, la auténtica renuncia a todo,
no como contraposición sino en comparación de superioridad del amor hacia Él
sobre cualquier otro amor; no es negación sino relativización; el Absoluto pide
fidelidad a toda prueba
Las dos
parábolas ponen de manifiesto la necesidad del discernimiento, si no lo hay,
las consecuencias serán nefastas: una construcción inacabada, una batalla
perdida antes del enfrentamiento. ¡Qué importante saber elegir los medios y no
solamente unos medios.
Los dos
renglones finales reafirman la radical sentencia del Señor: “el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”.
Quizá le preguntemos balbucientes: ¿y qué nos queda, Señor?, su respuesta da
sentido a todo: ¡Les quedo Yo!