Primera Lectura: del libro del Éxodo 37: 2-11, 13-14;
Salmo Responsorial, del salmo 50: Me levantaré y volveré a mi padre.
Segunda
Lectura: de la carta del
apóstol Pablo a Timoteo 1: 12-17
Aclamación: Dios
ha reconciliado consigo al mundo, por medio de Cristo, y nos ha encomendado a
nosotros el mensaje de la reconciliación
Evangelio: Lucas 15: 1-32
“A los que esperan en Ti, Señor, concédeles tu
paz…”, y también a los
que no esperan porque no te han encontrado o habiéndote encontrado tomaron otro
camino.
Pedirle al Señor que “cumpla
su palabra”, con todo respeto me parece una osadía, ¿puede acaso caber la
infidelidad en Dios?, ¡nunca!; recordando la 2ª Carta a Timoteo (2: 13), nos
dice San Pablo: “si somos infieles, Él permanece
fiel, porque no puede negarse a Sí mismo”.
Otra, al parecer contradicción, lo que pedimos en la oración: “Míranos con misericordia”, ¿puede
mirarnos de otra manera? Si alguna vez hubiera llegado a nuestras mentes la
duda de que Dios siempre nos mira con misericordia, con comprensión, con
esperanza, con cariño, espero se haya despejado al escuchar las lecturas de la
liturgia de este domingo.
En Éxodo, con un lenguaje totalmente antropomórfico, nos presenta el
hagiógrafo “la ira de Dios”, sentimiento
inadmisible en nuestro Padre, manantial de bondad. Haciendo la translación,
para entender un poco hasta dónde llega su amor, ese amor que ha captado
vivamente Moisés, encontramos en éste volcada la interioridad del Dios
invisible, pero captable a través de sus acciones. “Invita a recordar a Yahvé”,
que “es su pueblo, el que sacó de
Egipto…, la Alianza, la Promesa, la descendencia”; el Señor desea que
calibremos las consecuencias de perdernos, como se perdió, por momentos el
Pueblo elegido, y se apartó, como nos apartamos, al idolatrar a una creatura…,
el final es siempre el mismo: “El Señor
se apiadó y renunció al castigo con que había amenazado a su pueblo.” Subrayo el antropomorfismo, pues Dios no
amenaza, Dios no castiga, “su
misericordia dura por siempre”, somos nosotros los que provocamos el vacío
en la búsqueda al olvidarlo y contentarnos con / suplantaciones absurdas.
Y continúan las demostraciones de esa Misericordia inacabable. Pablo y
espero que nosotros, junto con él, “da
gracias a Quien lo ha fortalecido, a Jesucristo por haberlo considerado digno
de confianza…, fui blasfemo, perseguí a la Iglesia, pero Dios tuvo misericordia
de mí, pues obré por ignorancia… su Gracia se desbordó sobre mí –se
desborda incesantemente sobre nosotros-, por
Jesucristo que vino a salvar a los pecadores, yo el primero, para servir de ejemplo”. ¿Nos dice algo
comprometedor esta confesión? Entonces entonemos, alegres y agradecidos, el
canto que al reconocer, alaba: “Al rey
eterno, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los
siglos. Amén”.
El Señor constantemente está “creando
en nosotros un corazón puro, un espíritu nuevo”, para que, como Él,
salgamos a buscar lo que está perdido, quizá comenzando con nuestro propio
corazón; como el pastor, al que tienen sin cuidado las matemáticas, “uno” es
más que “99”, ya que nada es comparable al gozo del hallazgo de lo amado. Toda
la actividad el ama de casa, por “una moneda”: “Alégrense conmigo, encontré la moneda que se me había perdido”. Y
la parábola, que nos sabemos de memoria: el hijo pródigo, igual que su hermano mayor, ambos estaban perdidos; el Padre sale al
encuentro de los dos: el abrazo de cariño, de perdón, de comprensión, enlaza a
todos; el joven es estrechado tiernamente, el mayor es convencido pacientemente.
¿Puede quedar alguna duda de que Dios nos ama, que Jesucristo se entregó
por todos, y especialmente por “los perdidos”?
No sé dónde nos situemos cada uno de nosotros. Sí afirmo con certeza total,
que me siento redimido por Cristo, amado por el Padre y comprometido con los
hermanos.
¡Que el Señor nos enseñe a ser misericordiosos como Él es misericordioso!