Primera Lectura: del
libro del profeta Sofonías 3: 14-18
Salmo Responsorial, de
Isaías 12: El Señor es mi Dios y salvador.
Segunda
Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los filipenses 4: 4-7
Aclamación: El Espíritu del Señor está sobre mí.
Me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres.
Evangelio: Lucas
3: 10-18.
“¡Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres. El Señor
está cerca!” Alegría plena,
espera esperanzada que superó lo esperado, porque, “El Señor está no solamente cerca”, sino ya en medio de la
humanidad, dentro de nosotros, hecho nuestra carne.
Alegría, que cambia el morado y se
viste de rosa. No cesan la reflexión ni el recorrer los caminos del
arrepentimiento; es fiesta adelantada porque el corazón y el ánimo proclaman el
reencuentro, la confianza y el sentido del gozo que se prolonga más allá de una
fecha, que supera nuestros estrechos límites espaciotemporales, lanza fuera el
temor y el desfallecimiento, reconoce mucho más que el perdón y mira la
realidad iluminada por una luz que no podríamos imaginar desde nuestro ser
pequeño: ¡soy, somos cada uno, para Dios: “gozo
y complacencia”! ¿Aceptamos, aun rodeados de imperfecciones y de olvido, “ser causa de la alegría de Dios”? ¡El
asombro de tal Luz nos deslumbra y enaltece! Amados desde siempre, elegidos,
creados, redimidos y adoptados, ¿ensombreceremos esa alegría divina?
En el fragmento que escuchamos de
la Carta a los Filipenses, encontramos el eco de la antífona de entrada y vuelve
a insistir en que estemos alegres porque el Señor todo lo llena. Es una alegría
que llega como flor mañanera y con sólo mirarla, se iluminan los ojos, el
corazón y el deseo de ser benevolentes, de reflejar el Amor recibido y ser
agradecidos por la Paz
que viene a nuestro encuentro de manera gratuita y “sobrepasa toda inteligencia”.
Con esta actitud consciente, a
ejemplo de María, aceptamos el don con decisión irrevocable de no perderlo
nunca y de esmerarnos en darlo a conocer por nuestras obras.
Participemos de la “expectación” del pueblo hebreo y
presentemos “en toda ocasión nuestras
peticiones a Dios, en la oración y la súplica”, para que en todos los
hombres renazca la esperanza de un mundo más humano, más hermano “que ponga su corazón y pensamientos en
Cristo Jesús”. Empresa nada fácil, pero recordemos que “para Dios nada es imposible”.
Si entusiasma la voz de Juan
Bautista, ¿qué no hará la Palabra? La voz responde con claridad a la pregunta “¿qué debemos hacer?”: exhorta a
compartir lo que se tiene, a vivir en justicia, a no abusar de nadie. La Palabra lo resumirá todo
en la Ley Evangélica:
“Ámense los unos a los otros como Yo los
he amado”. (Jn. 13: 34) No basta el
agua, precisamos del fuego del Espíritu para cumplir su mandato, y el mismo
Jesús nos lo ha traído y junto con el Padre, nos lo ha enviado, ¡ésta es la Buena Nueva!
Cuando llegue el momento de la
siega, si hemos permanecido fieles al Espíritu, nos encontraremos con Cristo en
el Granero, alejados de la paja que consume el fuego.