Salmo Responsorial, del salmo 79: Señor, muéstranos tu favor y sálvanos.
Segunda Lectura: de la carta a los Hebreos 10: 5-10
Aclamación: Yo soy la esclava del
Señor; que se cumpla en mí lo que me has dicho.
Evangelio: Lucas 1: 39-45
María es el mejor ejemplo para
prepararnos a la venida del Señor; Ella resume lo que tanto hace falta en el
mundo de hoy: el sentido, el proceso y la realización de las relaciones
interpersonales, principalmente con el Padre, con Jesús, con el Espíritu Santo
y entre nosotros.
María enseñó a Jesús a orar, a
buscar y aceptar, como Ella, la voluntad del Padre, a abrirse al misterio de la
acción del Espíritu, a descubrir a Dios en el servicio a los demás, a ser
puente que expandiera la presencia vivificadora del Espíritu.
Con precisión le aplicamos las
palabras de Isaías que hemos escuchado en la antífona de entrada: “Destilen, cielos, el rocío, y que las nubes
lluevan al justo, que se abra la tierra y haga
germinar al Salvador”. ¡María, desde tu perturbado silencio ante el
anuncio del ángel, desde lo incomprensible para la razón humana, desde la
conciencia de tu pequeñez engrandecida, enséñanos a dar el paso que tanto
trabajo nos cuesta: “¡Hágase en mí según
tu palabra!” ¿De quién sino de ti, pudo aprender Jesús lo que transformó en
Vida durante su vida?: “Aquí estoy, Dios
mío, vengo para hacer tu voluntad”. Relación filial con el Padre, como lo
fue la tuya, desde el principio hasta el fin; en medio de obscuridades,
incomprensiones, enjuiciamientos y sinsabores; desde el gozo de dar a luz al
que es la Luz y no quedar enceguecida, de sostenerlo, apagado, en tu regazo,
hasta volverlo a ver, sin duda, la primera, como una nueva luz, Resucitado, y
verte, poco tiempo después, glorificada.
En Jesús, en unidad perfecta con el Padre, -misterio que nos rompe-, la
decisión de venir y ser como nosotros, de seguir nuestros pasos, paso a paso,
y, sin detenerse ante la muerte, revelarnos con su muerte la Vida verdadera:
¡Esto es cumplir, sin desviaciones, la Voluntad del Padre!
En Él y en ti, María, descubrimos
que el Espíritu actúa de manera incansable, que está presente y que se irradia
y contagia, porque así es su manera, desde los corazones que se abrieron una
vez a su impulso y jamás se cerraron.
¡Cómo aprendió Jesús, aun antes de
nacer, que el amor es servicio y encuentro consumado! Te acompañó en el viaje y
engrandeció a Juan, desde tu seno; revistió a Isabel con el Espíritu y a través
de esos labios, te proclamó dichosa. ¡Adviento venturoso que adelanta los
frutos!
Te pedimos, María, sin ser
irreverentes, que aprendamos de ti, que lo viviste intensamente, aquello que el
zorro enseñaba al Principito: “Tú eres por los lazos que has creado”. ¡Que
hondos lazos irrompibles ante el deseo del Padre; profunda convivencia con el
Verbo Encarnado, que naciendo de ti, te hace Madre de todos; contemplación que
por nada se interrumpe con el Dador de Vida. Lazos peregrinos que se van
alargando con la historia, desde aquella, tu primera visita a Isabel, en busca
de los otros; lazos que se prodigan, incesantes, en tus apariciones, en tus
voces que insisten en el amor que abraza, en la oración confiada, en el gozo de
sabernos, de verdad, hijos tuyos. ¡Enlázanos, Señora, de tal forma que no
queramos seguir otros caminos, y como tú, nos aprestemos a recibir a Cristo y a
compartir, como Él, con los hermanos, todo lo recibido!