Primera
Lectura: del primer libro de Samuel 1: 20-22, 24-28
Salmo Responsorial, del salmo 83:
Dichoso el que teme al Señor
Segunda
Lectura: de la primera carta del apóstol Juan 3: 1-2, 21-24
Aclamación: Que en sus corazones reine la paz de
Cristo; que la palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza.
Evangelio: Lucas 2:
41-52.
Día de la Familia Cristiana,
día que nos invita a confrontar los criterios de educación que, constatamos,
contradicen los ejemplos de sencillez, acompañamiento, servicio y dedicación a
lo cotidiano en bien de la armonía, la comprensión y el verdadero amor, vividos
en Nazaret por Jesús, María y José.
No se trata de idealizar, de forma abstracta, los
valores de la familia; ni siquiera de intentar seguir el modo de vida de la Sagrada Familia. Los tiempos y
las épocas cambiantes, piden ahondar en el proyecto familiar entendido y vivido
desde el espíritu de Jesús; conforme a ese espíritu surge la exigencia de
cuestionar y aun transformar esquemas y costumbres que, quizá, estén arraigados
en nuestras familias. El reto es encontrar los modos, para que Dios esté
presente en la más pequeña pero verdadera Iglesia.
Ana, madre de Samuel, ha orado para que el Señor le
conceda un hijo; no guarda el gozo para sí misma, acabado el tiempo de la
lactancia, va al templo y lo “entrega”, “lo ofrece para que quede consagrado de
por vida al Señor”. Sin duda no es necesario “ofrecer a todos para que vivan en
el Templo”, pero sí, hacernos y hacer conscientes a los hijos de que están, de
que estamos, ya consagrados “al servicio de Dios”; de que existe una gran
Familia, la humanidad entera, cada ser humano en concreto, que participa de la
filiación divina, fruto “del amor que nos
ha tenido el Padre”. El deseo de cualquier padre es ver crecer a sus hijos
en los valores que perduran, en los que encaminan, no a una identificación
impuesta, sino a una realización aceptada, por reflejo y convicción, para que
sepan discernir y elegir lo que erige al ser humano en una persona digna y
confiable. Dios no impone, propone y respeta la decisión personal; pero ¡cuánta
luz, tiempo de silencio, oración, guía, espejo, son necesarios para captar y
realizar el proyecto de Dios para cada uno de ellos, para mí y cada uno de
nosotros!
Jesús no es “un muchacho rebelde”, sencillamente
enseña los modos y caminos; sin duda sabe que causará dolor y angustia en María
y José; pero hay Alguien que está por sobre los lazos de la sangre: el Padre,
realidad que ellos comprenderán mucho más tarde.
Jesús los ha abandonado sin avisar; María y José,
después de tres días de búsqueda, lo encuentran en el Templo. El reproche es
dulce pero verdadero: “Hijo mío, ¿por qué
te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos
de angustia”. La respuesta es inesperada: “¿Por qué me buscaban, no sabían que debo ocuparme en las cosas de mi
Padre?” Igual que nosotros, “ellos no
entendieron”. Ante lo incomprensible, sigamos el ejemplo de María “que conservaba todas estas cosas en su
corazón”.
No ha iniciado Jesús la brecha generacional, ha
iluminado la meta, no rompe los lazos familiares, los abre a toda la familia
humana; primero está la solidaridad social más fraterna, justa y solidaria, tal
como lo quiere el Padre. Regresa a Nazaret “y
siguió sujeto a su autoridad”. El Niño, ser humano como nosotros, “crecía en edad, sabiduría y gracia delante
de Dios y delante de los hombres”. ¡Que Él conceda a todo niño, a todo
joven, a todo adulto, seguir creciendo “hasta
que seamos semejantes a él”.