Primera Lectura: del libro del profeta Baruc 5: 1-9
Salmo Responsorial, del salmo 125: Grandes cosas has hecho por
nosotros, Señor.
Segunda Lectura: de la carta del apóstol Pablo a los
filipenses 1: 4-6, 8-11
Aclamación: Preparen el camino del Señor, hagan rectos
sus senderos, y todos los hombres verán al Salvador.
Evangelio: Lucas 3: 1-6.
Cuando el corazón oye la Voz de
Dios no puede menos de alegrarse; ¡cómo necesitamos del silencio para poder
escuchar esa Palabra, en medio del aturdimiento de las cosas temporales que nos
rodean! Danos Sabiduría, Señor, para saber distinguir, para saber elegir, para
llenarnos de tu propia vida.
Nuestra realidad no es muy
diferente a la que vivía Israel cuando el profeta Baruc los incita a la alegría
¿Alegría en el destierro, en la pobreza, en la penuria, en la lejanía de la
Ciudad Santa, en Babilonia? ¡Sí!: “Vístete
para siempre con el esplendor de la gloria que Dios te da; alégrate pues tus
hijos, que salieron como esclavos, volverán como príncipes”. Todas las
creaturas están para servirte, el camino será llano, la frescura de los árboles
te dará sombra; el Señor es tu Pastor “te
escoltará con su misericordia”.
Volviendo los ojos a nosotros:
¿alegría en las angustias económicas, en medio de los conflictos sociales,
junto a hermanos que padecen hambre, frío, segregación? ¿Alegría en un mundo
roto, donde los pasos tropiezan en subida, donde los árboles no pueden dar
sombra porque están talados? ¿Vestirnos de gloria ante lo incierto del mañana,
la escalada de precios, la sordera de los poderosos, la impotencia creciente
ante el ansia de poder que destruye a los hombres? ¿Alegría cuando, junto con
Dios, nos sentimos desterrados, lejos de la paz y la justicia? ¡Sí!, porque la
Palabra se sigue pronunciando con la misma fuerza creadora y liberadora del
inicio: “En el principio existía la
Palabra y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era Dios, nada fue hecho sino
mediante la Palabra y cuanto existe subsiste en ella”.
Palabra que en Jesucristo se hace
carne, como uno de nosotros, que viene a enseñarnos con su vida y su entrega,
el camino que desemboca directo al corazón de cada uno, que conmueve y remoza,
que convierte y transforma, que nos hace reconocer, más allá de lo que nos
aprieta y acongoja, que “el Señor ha
hecho grandes cosas por nosotros”, es quien alimenta la sólida alegría, la
que supera todo, la que sabe que ha elegido el camino correcto aun cuando las
circunstancias parecieran decirnos lo contrario.
Fidelidad y convicción, las que
comunica Pablo a los filipenses; oración que hermana y mantiene tenso ese lazo
de unión: “Siempre pido por ustedes”,
descubre la razón, además del afecto: “Lo
hago con alegría porque han colaborado conmigo en la causa del Evangelio”. La Buena Nueva es
el dinamismo porque en el centro está Cristo Jesús; la seguridad es plena
porque “Aquel que comenzó en ustedes esta
obra, la irá perfeccionando siempre”. Ni son ellos solos, ni somos nosotros
solos, es la Gracia, es “el conocimiento
y la sensibilidad espiritual”, lo que nos hará producir “frutos de justicia para gloria y alabanza
de Dios”.
Lucas nos sitúa en el tiempo y en
la historia, en el momento del reinicio de la Voz que viene a anunciar que la
Palabra ha llegado; resuena en el desierto, en la meditación, en el silencio
interior y exterior. Rellenar los valles, abajar las colinas: ni humildad
inactiva ni soberbia altanera; horizonte sin límites que “permita a todo hombre ver la salvación de Dios”.