Primera Lectura: del
libro del profeta Isaías 9: 1-3
Salmo Responsorial, del
salmo 95: Hoy nos ha nacido el
Salvador.
Segunda Lectura: de la
primera carta del apóstol Pablo a Tito 2: 11-14
Aclamación: Les
anuncio una gran alegría: Hoy nos ha nacido el Salvador, que es Cristo, el
Señor.
Evangelio: Lucas 2:
1-14.
¡El tiempo se ha cumplido! “Tú eres mi Hijo, hoy te engendré Yo”. Luz, Vida, Esperanza,
Camino, Verdad, Paz, Guía y podríamos continuar sin parar, enumerando los
atributos-realidades que no son de Cristo, son Cristo mismo.
La humanidad entera está hambrienta
de luz y de verdad, de fraternidad, de gozo, paz y serenidad; ¿dónde
encontrarla en medio de las tinieblas?
El misterio del hombre empezará a
esclarecerse cuando aceptemos el misterio de Dios hecho Hombre que esta noche
se nos hace patente y nos invita a recorrer el camino de regreso a la gloria
del Padre; entonces dejaremos de ser misterio para nosotros al dejarnos inundar
de la luz del misterio de Dios.
“El que poco siembra, poco cosecha, el que mucho siembra, cosecha mucho” (2ª. Cor.
9: 6), y para repartir el botín, debemos luchar y vencer. El Señor nos da
semilla abundante, nos provee de armas para la lucha “que no es contra hombres de carne y hueso, sino contra las
estratagemas del diablo, contra los jefes que dominan las tinieblas, contra las
fuerzas espirituales del mal”. Revistámonos con ellas: “el cinturón de la verdad, la coraza de la honradez, bien calzados y
dispuestos a dar la noticia de la paz, embrazado el escudo de la fe que nos
permitirá apagar las flechas incendiarias del enemigo; el casco de salvación y
la espada del Espíritu, es decir la
Palabra de Dios” (Ef. 6: 12-17), solamente así
conseguiremos que su Humanidad engrandezca la nuestra.
¡La realidad supera nuestra
imaginación: un Niño “ha quebrantado el
yugo que nos esclavizaba”! Una vez libres, es absurdo regresar a las
ataduras. Pidamos tener oídos abiertos para escuchar al “Consejero admirable, a Dios poderoso, al Padre amoroso, al Príncipe” que
viene a reinar “en la justicia y el
derecho para siempre”; ofrezcámosle
la interioridad de nuestro ser, que ahí comience a reinar.
Hoy todo es canto, proclamación,
alegría y regocijo porque “nos ha nacido
el Salvador”. Viene el que ES la
Gracia, con Él aprenderemos a vivir religados a Dios,
renunciando a los deseos mundanos; aceptaremos ser sobrios, justos y fieles, y
a practicar el bien. No hay excusa para actuar de otra forma.
Intentemos, como invita San Ignacio en la contemplación del
Nacimiento, volvernos “esclavitos indignos” y extáticos miremos a las personas,
escuchemos sus palabras, rumiemos en nuestros corazones la grandiosidad en la
pequeñez, el incomprensible silencio de “Aquel
por quien fueron hechas todas las cosas, y sin Él nada existiría de cuanto
existe”. (Jn.1: 3). Que llegue, con toda su fuerza, y rompa las ansias locas
de tenernos sin tenerlo a Él. ¿Comprendemos, en verdad, que” siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su
pobreza?” (2ª. Cor. 8: 9-10).
No podemos menos de unirnos al coro
de todo el universo para entonar el Himno de la Gloria, de la Alegría, de la Paz porque Dios en su Hijo
Jesucristo, hermano nuestro, ha rehecho nuestros corazones, nuestros ideales y
orientado hacia Él nuestras vidas.